domingo, 20 de marzo de 2022

El Mito de Albert Einstein

 

El Mito de Albert Einstein

 

Albert Einstein y Mileva Maric


Por Bernardo López Ríos * 

* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica


La historia de una injusticia: Mileva Maric

El articulista Edmundo Fayanás escribe:

El seis de enero de 1903 es cuando Einstein y Mileva se casan en la capital suiza, Berna.

Tenía Einstein entonces veinticuatro años y ya había terminado sus estudios, consiguiendo inmediatamente su primer trabajo como técnico de la Oficina de Patentes de Berna…

Para Evans Harris “la teoría de la relatividad comienza con la tesis que Mileva escribió y presentó a la supervisión del profesor Weber, cuando estudiaba en la Escuela Politécnica de Zúrich, cuya memoria se ha perdido.

El efecto fotoeléctrico tiene su origen en los trabajos de Mileva cuando estudiaba  en Heilderberg con el profesor Lenard, al cual posteriormente le fue concedido el Premio Nobel de Física. Precisamente, por su trabajo experimental sobre el efecto fotoeléctrico. 

La teoría del movimiento browniano es producto del pensamiento de Einstein y de su interés por la termodinámica. Mileva contribuyó al mismo con el trabajo matemático, describiendo el movimiento desordenado de las moléculas.

https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/historia-injusticia-mileva-maric/20140627211653104741.html


Einstein jubilado

El gran científico mexicano, don Pedro Zuloaga, quien se carteaba con Einstein, nos explica:

Alberto Einstein, el famosísimo físico-matemático judeo-alemán, seguramente el sabio de quien más se ha hablado en el último cuarto del siglo (XX), acaba de ser retirado del cuerpo de profesores del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, otorgándosele, en cambio, el título de “Profesor Emeritus”, a la edad de 66 años, que cumplió el 14 de marzo pasado.

Es hora pues de hacer un somero balance de su obra y merecimientos; pues si bien no ha muerto, y aun podría dar de sí algo importante, esto parece cada vez menos probable, si se atiende a que tras un lapso de doce o quince años de fecundísima labor, lleva ya veintiocho de no haber contribuido casi nada al progreso de su ciencia.

Las bases de Einstein 

Einstein es conocido del público sobre todo como autor de la Teoría de la Relatividad; y la parte de mérito que en ello le corresponde sería más que suficiente para consagrarlo como un gran pensador científico.

Pero es menester poner las cosas en su punto.

La propaganda populachera que se hizo en torno de su persona – como la que se hace siempre en torno de cualquiera eminencia o seudoeminencia israelita – fue grotescamente exagerada.

El físico francés Bousse dijo en cierta ocasión que a Einstein se le exhibía de ciudad en ciudad de Europa y los Estados Unidos como si fuera una prima donna; y así era en efecto.

Se hizo aparecer que la Teoría de la Relatividad, y todo el gran conjunto de ideas que le son afines, era obra exclusivamente suya, que la había construido a pulso, sin apoyo ni ayuda de ser alguno creado, que la había sacado de su cerebro como del suyo sacó el Padre Zeus a Palas Atenea.

Cosa enteramente falsa y desorientadora.

Sin las geometrías no euclídeas, particularmente la de Riemann, que Einstein adoptó como la verdadera geometría del espacio real;

sin las transformaciones de coordenadas que Lorentz introdujo en las ecuaciones electromagnéticas de Clerk Maxwell;

sin las luminosas lucubraciones de Henri Poincaré; 

mucho más atrás aún,

sin la demostración de Parménides, que data de veintitantos siglos atrás, de que el movimiento es imposible si no se admite la existencia de algo inobservable aparte de la materia,

y sin el principio de relatividad de Galileo, la teoría einsteniana de la relatividad nunca habría podido nacer.

Por mucho tiempo se supuso que el “algo” inobservable que la demostración de Parménides exigía era el espacio absoluto.

La demostración de Parménides es tan brillante y a la vez tan sencilla que casi da risa.

Si únicamente la materia existe, el movimiento no es posible, porque moverse un cuerpo significa pasar de donde está a donde no está, y si sólo la materia existe, no habrá ningún “donde no está”; luego, el movimiento es imposible.

Para obviar esta dificultad se inventó el espacio absoluto; pero el principio de relatividad de Galileo echó por tierra este concepto, si bien al pronto no se sacaron todas las consecuencias que debieron haberse deducido de ese derrumbamiento.

Quizá el mérito principal de Einstein estriba en haber visto con claridad el hueco, y haberlo colmado mediante la idea de un espacio-tiempo absoluto, que provee el referente universal necesario para explicar el hecho del movimiento, pero que no se opone a la relatividad del espacio y del tiempo considerados separadamente.

Pero no sólo a sus predecesores, sino que también a sus coetáneos debe Einstein muchísimo.

Ya mencioné a Poincaré, de quien obtuvo algunas de las ideas fundamentales, que se encuentran esparcidas en las obras de aquel brillantísimo genio (y es justo decir que Einstein así lo ha reconocido innumerables veces).

Hay que mencionar también a Minkowski, el autor de la ecuación fundamental del espacio-tiempo, y de la sentencia aquella de que “el espacio y el tiempo no son sino fantasmas; la sola realidad es una especie de fusión íntima de las dos cosas”; si bien la idea de fusión de dos cosas no es muy afortunada, porque más bien se trata de separación de una cosa única en dos cosas ficticias.

Y no hay que olvidar al gran viejo Arnold Sommerfeld, a quien el que esto escribe le oyó decir en 1911 – seis años antes de que apareciera la teoría de la Relatividad General -:

La física estará pronto en aptitud de probar que el espacio y el tiempo son una misma cosa”.

Sommerfeld se mantuvo en contacto continuo con Einstein durante todo el tiempo de la elaboración de la teoría, y no hay duda de que cooperó con él eficacísimamente.

¡Y a cuántos más habría que mencionar!

Cf. Pedro Zuloaga, Einstein jubilado, Partido Acción Nacional, revista La Nación, No. 185, abril, México, 1945, p. 22

¿Madre de la Relatividad? 

Aitana Palomar S., escribe en un artículo del National Geographic:

La historia de Mileva Marić (y la de la historia de la ciencia) se agitó cuando, a finales de los años ochenta, salieron a la luz 43 cartas que ella y Einstein habían intercambiado a lo largo de su relación.

Los expertos se sorprendieron al ver que, en las cartas, tanto Albert como Mileva hablaban de “nuestro trabajo”, “nuestro artículo” o “nuestro punto de vista” cuando hacían referencia a las investigaciones que Einstein publicaría tiempo después.

En una carta de 1901, el propio físico se refirió a “nuestra teoría del movimiento relativo” y, en otra, Mileva le decía a una amiga “hace poco hemos terminado un trabajo que hará mundialmente famoso a mi marido”.

Fue entonces cuando estalló el debate sobre la posible coautoría de Marić en la obra de Einstein, disputa que sigue abierta a día de hoy.

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/mileva-maric-madre-teoria-relatividad_17700

La siguiente es una anécdota del doctor Juan Santana Corte:

Cuando hice la carrera en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México, tuve un maestro de Física Moderna, el profesor Carlos Graef Fernández (oriundo del estado de Durango, México), que hizo aportaciones muy importantes a la Física  y, en particular, a problemas que la teoría de la relatividad  de Einstein no puede resolver.

De hecho, el profesor Graef Fernández nos contó una vez cómo, en una discusión con el mismísimo Einstein, Carlos Graef hizo que Einstein llegara al punto de molestarse con él por no poder rebatir sus argumentos (los de Carlos) en contra de la teoría de Einstein.

La teoría de Carlos Graef era más simple y de fundamento matemático muy sólido, lo que nos hizo entender, en aquella época, que Einstein no podía entrar en discusiones con mucho detalle matemático, porque las matemáticas no eran, precisamente, su área fuerte de dominio y de conocimiento.

Y ahora retomemos el artículo de don Pedro Zuloaga:

La propaganda

No, un valor tan real como el que significa Einstein no ha menester de adornarse con méritos ajenos, ni menos de que se le exhiba como a pavo real.

Pero los judíos, amos de la prensa mundial y de todos los medios de propaganda, nunca prescindirían de presentar a los suyos como portentos sobrehumanos, semidioses que moran en alturas inaccesibles a la mirada de los obtusos cristianos.

Es la misma historia de siempre: Heine, Mendelsohnn, Meyerbeer, Freud, Bergson, Einstein; los judíos del Jockey Club de París pretendiendo opacar la gloria de Beethoven y la de Wagner con la de un…

Meyerbeer, y logrando que a las conferencias de Bergson asistieran “todas las damas elegantes”, y convirtiendo el complejo de Edipo en la Divina Providencia.

Einstein, naturalmente, no tiene la culpa de todo esto.

La tiene en cambio, de haber hecho suyas y aun superado, en recientes declaraciones que serán un eterno borrón sobre su memoria, las más burdas calumnias contra Alemania, el país de su nacimiento y de su crianza y educación y de su encumbramiento.

El país de todos sus maestros y colaboradores, desde Gauss y Riemann y Félix Klein y Weierstrass y Christoffel, hasta Planck y Wien y Mach y Sommerfeld y Minkowski y Friedmann.

El país al que debe todo, absolutamente todo lo que es.

Si sus declaraciones fueran en contra de Hitler y de los nazis, tendría excusa, por las persecuciones que se dice que sufrió a manos de ellos, aunque en todo ello haya mucho de exageración y de malevolencia.

Pero decir, citando a su correligionario Heine, que el pueblo alemán no merece ni siquiera ser reeducado – como “piadosamente” dicen algunos que no son judíos - sino exterminado, porque en cada alemán hay un “berzerker”, un frenético siempre pronto a lanzarse a la guerra y la devastación.

Cuando él sabe que el “berzerker” es un tipo característicamente eslavo, y que no hay tipo que el alemán auténtico deteste más.

Y que en tiempo de Heine, cuando las huestes napoleónicas acababan de hollar el suelo alemán en todas las direcciones sin encontrar apenas resistencia, decir que el pueblo alemán, el pueblo de Kant y de Goethe y de Beethoven, de Klopstcock, de Herder, de Lessing, de Schiller, de Mozart, de Schubert y de Weber, de los Schlegel y los Humboldt, era un pueblo esencialmente belicoso y sanguinario y merecedor del exterminio, era la mayor de las ridiculeces.

Decir estas cosas era entonces, y es hoy, en boca de Heine o en la de Einstein, una de las más infames muestras de la ingratitud del pueblo sin patria.

Pero en boca de Einstein es también otra cosa:

Es una sicofántica adulación a los amos israelitas de los Estados Unidos, los Rosenmann y Frankfurters y Morgenthaus Baruchs y Rosevelts (A este último, Dios le haya perdonado. Cuando Einstein hizo sus declaraciones aún no moría).

En suma, un gran sabio que corona su carrera con una infamia y una bajeza. Seamos piadosos y recordemos sus méritos y echemos una losa sobre lo demás.

Cf. Pedro Zuloaga, Einstein jubilado, Partido Acción Nacional, revista La Nación, No. 185, abril, México, 1945, p. 22

La antropóloga Verónica Meléndez concluye en su artículo:

Mileva la mujer detrás del mito de Einstein

Mileva sobrevivió dando clases privadas y de la pensión alimenticia que Einstein le enviaba de manera irregular y murió en la pobreza.

Posteriormente quisieron publicarse las cartas que Mileva y Einstein se enviaban, pero fueron bloqueadas en la Corte para mantener “el mito de Einstein”, mito que aún se mantiene vigente.

https://cambio24.com.co/mileva-la-mujer-detras-del-mito-de-einstein/


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